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Ciudades de mi vida. Sevilla la bella andaluza

¡Bienvenidos a Londres! Sí, lo veis bien, ¡me he vuelto a mudar! Esta vez me ha tocado ir a Londres… ay, ¡qué ironía! Todavía me acuerdo de lo que me dije después de vivir en Lisboa, quería vivir en una ciudad tranquila para descansar de las capitales. Jajajajaja. Pues, luego ¿qué hice? Me fui a Bruselas, la ciudad que me robó el corazón y no me lo ha devuelto hasta ahora. El paso siguiente, por tanto deseo que tenía para descansar de las capitales la vida me lleva a Londres. Pues la vida es muy irónica y muy, muy bruta. Te saca de Bruselas, de tu hogar, tu preciosa casita, la vida ya establecida, amigos y no-novios, tus bares, tus  c-e-r-v-e-z-a-s  favoritas y te lleva a Londres, la ciudad en la que en los supers ni encuentras cervezas que tengan ¡más de cinco por cientos de alcohol! Y por encima, se te ríe en la cara. ¿Qué le harás al destino? Te callas y aguantas, confiando en que este malicioso diablillo tenía sus razones…

La gente me pregunta con frecuencia qué es lo que más echo de menos de Polonia, si es mi familia, mis amigos, quizá las costumbres. La verdad es que nada de eso. Lo que suelo echar de menos son los lugares. El estar. Difrutar del ambiente que me es tan familiar, pasear por las calles que conozco de memoria, pedir mis comidas favoritas en los bares que son como mi casa, echo de menos hasta viajar en coche a la casa de mis abuelos, el camino que se me inculcó en mi memoria desde que nací. Pero todos estos sentimientos no se refieren únicamente a Polonia. La trayectoria de mi vida me ha llevado a los rincones muy distintos de este mundo, haciéndome crear las relaciones más diversas con las ciudades en las que he llegado a vivir.

No es de extrañar que el estilo de mi vida hace complicadas las relaciones sentimentales. Los amores vienen y pronto se convierten en desamores, o porque no es la persona, o porque la vida me ha empujado otra vez a cambiar de dirección, como a una vela en el pleno mar.

El reflejo de la vida sentimental lo encuentro en mis lazos con las ciudades que me acogieron en su lecho. Nunca habría pensado que la conexión con este laberinto de las calles, paseos y avenidas en el que vivimos puede ser tan rico y variado. Los sentimientos que se crean entre una persona y una ciudad no se diferencian de los que sienten dos humanos que el destino les ha hecho conocer profundamente. Son emociones de amor y odio, de pasión y aburrimiento, a veces de rencor y gratitud.

La primera ciudad en la que viví en el extranjero fue Sevilla, donde hice de au-pair durante varios meses. Era una joven moza, delicada e inocente como una flor recién salida de la tierra. Tan llena de buenas intenciones, de bondad, con el corazón abierto a todo el mundo. Todavía siento nostalgia por esta versión de mi misma, creo que tenía mucho valor, pero era una versión casi intacta por la vida, que había experimentado sólo los sentimientos puros y tiernos, aunque no siempre positivos. Pero ser tan buena no te sale para bien en la vida, con los años aprendí a a tener la piel más gruesa gracias a la que pude vivir mucho sin derrumbarme. Pero esto siempre a coste de algo, no?

 Me fui a España enamorada de mi primer novio, después de pasar meses apoyándolo tras la pérdida de su madre. Fue un momento de mi vida en el que estaba muy perceptiva, con apenas veinte años, estaba atenta a las señales del destino y la experiencia con mi novio me hizo buscar un papel a efectuar en la vida de los demás. La sensación sólo se intensificó cuando descubrí que los niños de la familia que me había escogido habían perdido a su madre más o menos en la misma época cuando la madre de mi novio falleció. Estas eran las circunstancias con las que me enfrenté con la orgullosa Sevilla.

La conocí desierta con sólo ardor rellenando las calles, en el pleno verano. No me avergüenza confesar que Sevilla sigue siendo un misterio para mí. Me sentía bastante solitaria en esta relación, quizá la ciudad me intimidase un poco. Sevilla, tan bella y espléndida, con su singular acento sevillano (mi primer encuentro con las particuliaridades andaluzas, amor a primera vista), los mismos sevillanos siempre elegantes y orgullosos de su origen, su preciosa catedral, las celestes piscinas en las terrazas como los cielos en la tierra, el inolvidable Alcazár (¡sigo pensando que es mejor que Alhambra!), la Virgen María de La Macarena (¡la primera Virgen española a la que encontré!). Sevilla me deslumbró con su belleza andaluza, lo que para mí de entonces era un pelín demasiado. Pude admirarla, pero en aquella época era todavía muy joven para entablar lazos con ella. No me atreví a explorarla hasta sus rincones más profundos, llegué a conocer sólo unos pocos parques, los Días de mi barrio, las atracciones más obvias que cada turista conocerá. Siempre buscando su presencia por las tardes y noches, durante el día escondiéndose con prudencia del sol que con tanta facilidad convertía las carreteras en los pantanos de asfalto. Me acuerdo de la alegría con la que los niños y yo sentimos las primeras gotas de lluvia que cayeron en septiembre después del sofocante verano. Por primera vez pude admirar su segundo rostro, la Sevilla cubierta de agua, respirar el bochorno disuelto en el húmedo aire…

Mi rollo con Sevilla fue cortito, no duró más de 3 meses y aunque no nos compenetramos, siempre me acuerdo de ella con cariño. La echo de menos sin sufrir, lo que me alivia, teniendo en cuenta la cantidad de ciudades que echo de menos hasta que me duele el corazón. Volví a verla unas 3 veces, pero siempre fueron sólo unas horas, así que espero que un día me invite para pasar con ella más tiempo, puesto que ya soy lo suficientemente madura para enfrentarme con esta orgullosa belleza y a ver qué surgirá…

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